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lunes, 7 de mayo de 2018

EL SUEÑO DE UNA CANTERA

VIII CENTENARIO DE LA COLOCACIÓN DE
LA PRIMERA PIEDRA DE LA CATEDRAL DE BURGOS

No sé por qué secreta razón, siempre me han interesado las piedras labradas, desde que, aun muy niño, pensaba que los gigantescos templos de mi pueblo alguien los había puesto allí y no habían aparecido en la villa por generación espontánea. Pronto supe que aquellas moles habían sido obra de arquitectos, escultores, canteros y peones que llevaron a cabo, entre cálculos, cinceles y tesón, lo de convertir pacientemente una cantera en poesía.

Tenía yo, acaso siete años, cuando conocí a un hermano de mi abuelo paterno, que apareció por mi casa por primera y única vez en su vida. Años más tarde, poco tiempo antes de fallecer, le visité tendido sobre la cama en un largo pasillo de ancianos que, como él, estaban acogidos en Hospital Provincial de Burgos. Había sido cantero toda su vida y seguí estando soltero, a pesar de lo que a mi me parecían sus muchísimos años viviendo en soledad. Venía desde su lugar de origen, en una de las numerosas aldeas del Valle del Pas, en Cantabria, desde donde había venido a nuestra casa. Su presencia me fascinó, especialmente cuando me hizo el relato de su oficio de cantero y el destino de las piedras que, una vez modeladas y ensambladas, colocaba para construir hermosos edificios, presididos por escudos nobiliarios o de familias de indianos enriquecidos.

Pues bien, mi entusiasmo inicial se convirtió en perplejidad, cuando me mandó con unas pesetas a la cantina para comprar un cuartillo de vino. Así lo hice y descubrí la urgencia que le acosaba; mi madre le había preparado un desayuno, en un generoso tazón de leche de oveja y sopas de pan de hogaza, y parece que él echaba de menos algo que me dejó pasmado. Con la botella de vino tinto que yo le traje, vertió el contenido sobre el tazón y así dio cuenta de semejante mejunje. Lo cierto es que dio cuenta de aquella mezcla de leche, pan y vino en un santiamén. Era el tío Menda; un personaje famoso en todos los valles pasiegos. Su hermano, mi abuelo Segundo, también tuvo que ver con las piedras. Aquellas, las redondas de los molinos en los cauces, que periódicamente picaba para conseguir la máxima calidad en las moliendas. Fue una especie de alma inquieta en cuanto que recorrió numerosos molinos de la provincia de Burgos, y en uno de ellos vino al mundo mi padre.

Y, finalmente, no puedo por más que reconocer mi entusiasmo ante los trabajos de los canteros gallegos que pacientemente, y golpe a golpe, construyeron el colegio en piedra de mi pueblo y que, entre ansiedades y entusiasmos yo veía crecer cada día. Nunca lo estrené de niño, pero si lo disfruté de maestro.

Todo esto me lleva a mi afición por las piedras convertidas en versos después del regalo generoso de las canteras. Todos nos entusiasmamos ante la maravilla de nuestra catedral burgalesa, pero me gusta ir más allá; pocas veces dejo de echarla un vistazo en mis paseos diarios. Y nunca olvido la tarea de los artífices, que completaron tan airoso poema: arquitectos, escultores, canteros, peones que, entre la fe, el arte y el coraje de todos, nos legaron semejante maravilla. Ochocientos años van a cumplirse enseguida y esta he querido que fuera mi humilde aportación, para una celebración con el orgullos de haber nacido en esta tierra sagrada.