Andaba
yo por los siete u ocho años acudiendo cada día a mis deberes escolares en
aquellas aulas desperdigadas por la villa en las que la luz y la alegría eran
un lujo y la palmeta un enemigo declarado. Eran tiempos repletos de penurias y
acosos a la pedagogía más conciliadora y todo eran sueños en nuestras mentes
infantiles agobiadas. Pero un día el hada madrina de los niños de mi pueblo deslizó su vara mágica sobre
“los poderes públicos” y estos decidieron iluminar nuestro futuro construyendo
un edificio escolar nuevo. Amplio, diáfano, acogedor, en el que pudieran caber
todas nuestras ilusiones contenidas. Y buscaron una parcela y la llenaron de canteros
y piedras. Y unos y otras empezaron a revelar su entraña mágica para dar forma
a tan atrayente promesa. Aún tengo
grabada en mi mente la imagen de aquellos tallistas gallegos modelando piedra a
piedra nuestro castillo encantado. No eran más que poliedros pétreos para
encajar entre sí pero a mí me fascinaba su trabajo y sobre todo el futuro de
aquel esfuerzo. Y desde entonces, cada vez que contemplo extasiado tanta
maravilla en piedra como adorna nuestras pueblos castellanas, me imagino a los
escultores de siempre que, como mis admirados gallegos, golpearon con mimo aquellos
privilegiados trozos de cantera para darles vida y emoción.
Pues
bien, acaso este preámbulo proyecte una imagen perturbadora de mi propósito
homenajeador que, en definitiva, es lo que intento. Pero acaso no haya tal
desequilibrio ni mis recuerdos sean tan baldíos como para que no tengan cabida
en mi intento de emparejar en un propósito común el objetivo único que une a
los artistas de todas las disciplinas. Elaborar
arte y suscitar emociones. Así, volando mi imaginación, veo también a nuestro
buen amigo Pedro ocupado en dar vida a un nuevo castillo de emociones. Él, como
los humildes canteros de mis recuerdos o los escultores de nuestras catedrales,
está también sentado frente a su bloque musical y sus herramientas de
compositor. No hay a su alcance ni picas, ni plomadas, ni cartabones. Sus
herramientas son un pentagrama expectante, unas notas juguetonas y una mente
entregada a la emoción. Le veo paciente y sereno poniendo orden a la algarabía bullente
de símbolos a su alrededor para, compás a compás, dar con ellos rienda suelta a
su entusiasmo. Y después de largas horas de entrega, hasta completar el delirio,
le adivino sonriendo hacia adentro mientras escucha embelesado las voces que
darán vida a su obra.
Y esta
se ha vestido de gala para el bautizo y nos ha correspondido a nosotros el
honor de darle el primer aliento de recién nacida. Y ha sonado airosa y
alentado emociones y esperanzas y, a partir de hoy, será una brillante gota más
en el exquisito océano musical de todos los tiempos. Y sin duda, alguien, como
yo a mis canteros y escultores, cuando la escuche atento y embelesado, también te
verá a ti, Pedro, sentado frente al piano dejando en cada tecla lo mejor de ti mismo,
y saboreará la obra y admirará a su autor.
Por
todo ello, por permitirnos el honor de interpretar tus sentimientos, gracias
amigo Pedro. Esta noche, compañeros, hemos vestido de gala, ―al menos ese ha sido nuestro intento―, el trabajo musical de un hombre entregado a la tarea
de llenar la vida con horizontes de belleza. Lo mismo que aquellos tallistas
dieron vida a mi sueño y con él llenaron de esperanza el devenir de aquellos
niños grises, Pedro contribuye con su música tallada a construir un espacio
lleno de armonías y equilibrio entre tanto despropósito como nos rodea.
Desde
las canciones de aldea de nuestros antepasados hasta las grandes sinfonías de
los músicos más eminentes no hay una sola nota desdeñable porque detrás de cada
una hay un ser humano empeñado en dignificar la especie a base de emociones y
tesón. Gracias a todos. Gracias hoy, de modo especial a ti también, amigo
Pedro.
Burgos 26-12-2004
Egs